5 de agosto de 2007



Buenos Aires, Argentina

Ella miraba el pavimento que, de pronto, como si vaciaran un balde desde el cielo, se transformó en un espejo resbalizo. La lluvia fue un refresco en la noche de verano bonarense, un deleite. Era una noche bizarra bajo distintos efectos que colapsaban su visión, su mente, su percepción. En el reflejo veía un incendio monumental, que devoraría las estrellas como lo hizo con la luna. Llovía y no tenía paraguas.

Un rato atrás había visto salsa, qué baile más sensual... la historia del encuentro entre un hombre y una mujer: las manos, los pies, las sombras, todo revuelto, esparcido por el piso, en movimiento, siguiendo las luces. Ella se sintió absorvida por las siluetas, que devoraban la música, deshaciéndose y dejando sólo una estela negra por donde pasaban.

Y ahora estaba allí en plena calle... y llovía, pero todo estaba bien. Con un sobresalto recordó que aún le faltaba mucho por caminar.